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Comentario: El estereotipo del ‘ruso malvado’ no regresó a Hollywood; en realidad, nunca se fue

Arnold Schwarzenegger en “Red Heat”, de 1988, dirigida por Walter Hill
Arnold Schwarzenegger en “Red Heat”, de 1988, dirigida por Walter Hill.
(Rolf Konow / Sygma / Getty Images)

Durante décadas en Hollywood, los soviéticos fueron el enemigo perfecto. Inescrutables, sin sentido del humor, pero poseían lo necesario como para que los estadounidenses no lo sientan como un golpe bajo: una versión cyborg e inquietante de nosotros mismos. Villanos icónicos como Rosa Klebb, interpretada por Lotte Lenya en “From Russia With Love”, o Ivan Drago, por Dolph Lundgren en “Rocky IV” (y su benévolo primo de la era de Gorbachov, el superpolicía serio de Arnold Schwarzenegger en “Red Heat”) dominaron el asombro cursi; es un poco revelador que fueran interpretados, respectivamente, por una alemana, un sueco y un austríaco.

Ahora que la Rusia de Putin es la agresora indiscutible en Ucrania, esa vieja imagen gana popularidad de repente, como incluso los rusos comprenden con horror: “Si hubiera visto la [invasión] en una serie de Netflix hace una semana”, escribe un conocido de Moscú en Twitter, “hubiera dicho: ‘Bueno, basta. No hemos sido tan malvados en 40 años’. Pero ahora es la realidad”. Si ha mirado el meme “Are We the Baddies?” (¿Somos los malos?), de una vieja parodia de la televisión británica sobre dos soldados de la Wehrmacht sorprendidos por una claridad repentina, es eso mismo, escrito con letra grande y trágica.

Por supuesto, se supone que debemos ser un poco más sofisticados en cuanto a la representación étnica en estos días. Sabemos, en teoría, que los rusos comunes no son todos secuaces del sinsentido de Putin. Hemos observado las manifestaciones de protesta masivas; sabemos de Alexei Navalny; hemos mirado grandes obras humanizadoras como “The Americans” y “Chernobyl”.

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Sin embargo, un problema con el control interminable de Putin en el poder es que hace que el “ser ruso” sea fácil de pasar por alto como una identidad étnica o cultural, en favor de una identidad puramente política. Un buen ejemplo es “Devs”, de Alex Garland, que tiene lugar en el sector tecnológico de Silicon Valley, repleto de inmigrantes de Asia y Europa del Este. Pero mientras que a sus personajes chinos e indios se les permite ser ellos mismos de una manera que no predetermina la trama, el ruso se revela como un espía del gobierno en el Episodio 2. De hecho, el único personaje casualmente ruso que puedo recordar en la totalidad del panorama televisivo actual es Anna Volovodov, en “The Expanse”, una serie de ciencia ficción en la que Rusia como país ni siquiera existe.

Dolph Lundgren
Dolph Lundgren, en “Rocky IV”.
(MGM/UA Home Entertainment )

Ver lo ruso como político y sinónimo de Putin ha mantenido vivo el tipo de estereotipo fácil que, afortunadamente, disminuyó en otros lugares. Película tras película muestra al país como un Mordor puro y duro (eche un vistazo a los infiernos carcelarios casi idénticos en “Black Widow” y “Red Notice”), o como el lugar de nacimiento de oligarcas groseros (una obsesión particularmente británica, desde “RocknRolla” hasta “Tenet”) y simpáticos asesinos (“Red Sparrow”, “Anna”, “In From the Cold”, “Black Widow” otra vez). Esto deja a una gran comunidad cultural, tanto dentro como fuera de Rusia -una colectividad a la cual, como letón-estadounidense que ha escrito y dirigido películas en ruso, pertenezco-, preguntándose si hay alguna esperanza de representación fuera de la villanía de género.

Por lo general, las culturas intentan mover la descripción de Hollywood de sí mismas utilizando tres palancas distintas: el mercado de distribución en sus países, el poder blando derivado de la producción del contenido crossover, o el cabildeo político comunitario de la diáspora estadounidense.

Rusia estuvo a punto de vencer el viejo estereotipo de la Guerra Fría con la primera de esas opciones. Entre 2006 y 2011, la cantidad de pantallas de cine se duplicó y los ingresos por películas aumentaron a una tasa compuesta del 27% anual y, a diferencia de China, no tenía una cuota que limitara los estrenos en el extranjero.

Alrededor de 2011, el mercado ruso era lo suficientemente importante como para ampliar franquicias completas como “Piratas del Caribe” más allá de su fecha de vencimiento en EE.UU, únicamente porque les había ido bien allí. Comenzaron a aparecer personajes simpáticos interpretados por actores rusos reales, como Vladimir Mashkov en “Mission: Impossible — Ghost Protocol”. “No veremos muchos tipos malos rusos o chinos en la próxima década, así que, vivan los norcoreanos y los terroristas deshonestos”, señaló irónicamente la productora Lydia Obst en noviembre de 2013. Cuatro meses después, la anexión de Crimea por parte de Putin -o, para ser más exactos y cínicamente precisos, la subsiguiente caída del rublo- puso fin a todo eso.

Los intentos de la industria cinematográfica rusa de suavizar su camino hacia una mejor representación parecen sombríos, y el régimen de Putin también tiene la culpa. El entretenimiento de ese país convencional es visualmente ingenioso, pero tan fuera de sintonía con las preocupaciones y valores actuales de EE.UU como, por ejemplo, la cultura de Corea del Sur es dolorosamente relevante. El retroceso de una década del Kremlin respecto de la censura estatal, las leyes anti-LBGT y los “valores tradicionales” está dando sus frutos en productos blancos, heteronormativos y, a menudo, casualmente sexistas. Un éxito aislado como “To The Lake” de Netflix puede cruzarse con la fuerza de un concepto alto, pero no habrá un “Squid Game” ruso ni un “Lupin” en el corto plazo. Y ahora, por supuesto, es posible que ni siquiera haya un Netflix ruso del que hablar (la plataforma anunció que pondrá en pausa la producción de varios originales que estaba haciendo con estudios rusos, uno propiedad de Gazprom; y la mayoría de las tarjetas bancarias rusas ya no sirven para pagar el servicio).

Lotte Lenya en una escena del film " From Russia With Love”
Lotte Lenya en una escena del film “From Russia With Love”.
(Michael Ochs Archives/Getty Images)

La tercera vía implica una diáspora estadounidense honesta, que es casi inexistente. Hablando ahora como exrefugiado soviético e hijo de refugiados, esto es completamente culpa nuestra. No hemos hecho ningún intento de descifrar y delinear lo que sería una cultura rusa de segunda generación una vez que desaparezca el acento. Así que depende de nosotros descubrir, y luego hacer cumplir, la idea de cómo es el ser ruso fuera del alcance de Putin.

Una posible respuesta sería abrazar el para-nosotros-por-nosotros de todo esto, tratando al inmigrante como algo completamente separado del “viejo país”. El director Kirill Mikhanovsky lo logra espléndidamente en “Give Me Liberty”, ganadora del Premio Independent Spirit de 2019, una historia conmovedora ambientada en la comunidad rusa de Milwaukee.

Sin embargo, la táctica de mayor riesgo y mayor recompensa nos la están demostrando ahora mismo los 115 directores de fotografía rusos que acaban de firmar una carta abierta contra la guerra en Ucrania. El grupo, que incluye a Roman Vasyanov, el director de fotografía de “Suicide Squad” y “Fury”, demostró una gran valentía al firmar y publicar la nota, que probablemente tendrá repercusiones profesionales y personales. En última instancia, corresponde a los creativos rusos, desde Moscú hasta Los Ángeles y más allá, rechazar a través de su arte y sus acciones la triste secuela de Vladimir Putin de la villanía soviética. Pero también le corresponde a Hollywood escucharlos cuando lo hacen.

Michael Idov es director y guionista; su trabajo incluye el título “Leto”, que compitió en el Festival de Cannes, y “Deutschland 89”, de Amazon. Idov reside en Los Ángeles.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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