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Cuando un tatuaje dentro de la prisión es la mejor opción profesional

VIDEO | 02:10
The ink therapist

Robert Pho learned tattooing while in prison 30 years ago. Now the owner of Skin Design Tattoo in Stanton, he believes his artistry has the power to heal.

Robert Pho aprendió a tatuar en prisión hace 30 años. Ahora, propietario de Skin Design Tattoo en Stanton, cree que su arte tiene el poder de curar.

Robert Pho es uno de los mejores tatuadores de realismo negro y gris del planeta. Coleccionistas de todo el mundo vuelan a su estudio de Honolulu para tener la oportunidad de acostarse en su mesa. Un mecenas adinerado le pagó a Pho $300.000 por un trabajo de cuerpo entero, con un remolino de payasos, mafiosos y dioses mitológicos apareciendo en cada centímetro de su piel.

El talento de Pho no es lo único que cautiva a los clientes. Muchos se sienten atraídos por su historia de fondo: un niño camboyano que quedó atrapado en la vida de las pandillas del sur de California, y luego cambió todo para convertirse en un maestro del tatuaje, activista y, según algunos, terapeuta.

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Conocí a Pho un día en Rodeo 39 Public Market en Stanton, el hogar de su nueva tienda de tatuajes y la primera en California. Sostuvo a su bebé, Vanna, en su regazo durante la visita.

Tattoo artist Robert Pho.
El tatuador Robert Pho fuera de Skin Design Tattoo.
(Mariah Tauger / Los Angeles Times)

Pho, con su voz suave, cuenta su historia con ojos amables y una sonrisa serena, el tipo de gesto que se ve en los estudios de yoga. Dice que está avergonzado por su “feo pasado”, pero fue allí en la prisión donde comenzó su búsqueda espiritual.

“Creo en el destino, en la unión del universo, en todo eso”, dice. “Creo firmemente que Dios me ha cuidado, y es la razón por la que estoy aquí ahora”.

Pho, de 48 años, nació en Camboya durante la Guerra de Vietnam. Cuando tenía 2 años, su familia huyó a Francia, y cuando tenía 10, llegaron al Valle de San Gabriel.

Fue en Los Ángeles donde Pho se unió a una pandilla y finalmente se escapó de su casa para vivir con ellos. El día de San Patricio de 1989, él, que tenía 16 años, fue desalojado en una redada antes del amanecer y arrestado bajo sospecha de intento de asesinato.

Aceptó un acuerdo de culpabilidad a cambio de 14 años tras las rejas y fue enviado a la Youth Training School (que cerró en 2010), una prisión juvenil en Ontario tan violenta que los presos la apodaron “Escuela de Gladiadores”.

Fue allí donde comenzó la carrera de tatuajes de Pho. Le compró una cuerda de guitarra a un recluso para usarla como aguja y la equipó con el motor de su radio Walkman de Sony, que estaba aprobado por la prisión. El primer tatuaje que hizo fue el nombre de su pandilla en sus propias rodillas. Luego comenzó a cobrar a otros reclusos entre $60 y $80 por cada trabajo para sobrevivir. Necesitaba dinero para pagar a los líderes de las pandillas con los que estaba encerrado, tenía que comprar su protección.

“Me mantuvo a salvo”, dice.

Pho mejoró haciendo tatuajes, pero no tuvo la oportunidad de ser demasiado creativo. “Todo estaba relacionado con las pandillas; nadie tiene mariposas”, explicó.

En 1995, casi siete años y cientos de tatuajes después, Pho, ahora en la prisión estatal de Mule Creek en Ione, fue puesto en libertad condicional. Lo esperaba una compañera de preparatoria llamada Cristina, su única amiga por correspondencia mientras estuvo en la cárcel.

Nunca fueron pareja, pero cuando él le escribió desde la prisión, ella no entendió por qué, pero le respondió.

“Fue agradable recibir correspondencia de él”, comenta. “Incluso dibujaba en los sobres, flores y cosas bonitas. Yo le contaba cómo iba mi vida”.

Robert Pho works on Nevada resident and client Brooklyn Martell.
Robert Pho trabaja en la residente de Nevada, la clienta Brooklyn Martell, en Skin Design Tattoo.
(Mariah Tauger / Los Angeles Times)

Y él le diría cómo lo atraparon tatuándose nuevamente, agregando tiempo a su sentencia.

Después de que fue puesto en libertad condicional, los dos comenzaron a salir y se convirtieron en una pareja. Un día, le tatuó su nombre en el trasero, su nombre camboyano, Daravan.

“Simplemente me gustó el significado que tiene de fondo”, explica Cristina, quien es filipina. “Significa la luna y las estrellas, pero es más profundo que eso”.

Como Pho estaba en libertad condicional, encontrar trabajo fue difícil. Comenzó a vender cosas al azar de puerta en puerta: calculadoras, peluches, calendarios. Sin embargo, continuó haciendo tatuajes en sus tiempos libres.

Un día, un amigo de la prisión en libertad condicional lo llamó para preguntarle si lo ayudaba con su estudio de tatuajes, Skin Design, en Lexington, Carolina del Norte. Pho hizo las maletas. Un año después, con el éxito del negocio, los socios obtuvieron permisos para abrir un espacio más grande en el cercano vecindario de High Point, la capital de los muebles de Estados Unidos.

Esto fue en 1999, antes de que los tatuajes se volvieran tan populares como Mickey Mouse. Los estudios de tatuajes seguían siendo turbios en lo que respecta al público y relegadas a áreas divididas en zonas para clubes de striptease.

“Todo el vecindario se reunió y contrató a abogados importantes”, narra Pho. “Estaban tratando de hacer todo lo posible para deshacerse de nosotros. Había personas con carteles. Fue una locura. Salíamos en las noticias todos los días. Tuve que luchar. Quería demostrarle a la gente que solo éramos un negocio normal”.

Skin Design ganó la pelea, lo que le valió a Pho una reputación como campeón de la cultura del tatuaje, así como una estrella en ascenso en el mundo del realismo negro y gris. En 2003, Pho compró las acciones de su socio y dejó Carolina del Norte para abrir un estudio de Skin Design en solitario en Las Vegas. Abrió su segundo local en Honolulu en 2018. Al año siguiente, abrió un tercer estudio en Brooklyn, Nueva York, su cuarto Skin Design abrió el otoño pasado en Rodeo 39, en Stanton, una ciudad en Orange.

“Estábamos buscando venir a California y luego esto cayó en nuestras manos”, dice Pho, nuevamente invocando el destino. “Se acercaron a nosotros”.

Nevada resident and loyal client Brooklyn Martell.
Brooklyn Martell muestra su tatuaje parcialmente completado durante una pausa en su sesión con el renombrado tatuador Robert Pho.
(Mariah Tauger / Los Angeles Times)

Bendijo el nuevo estudio como lo hace con todas sus tiendas: tatuando a su esposa, la misma mujer que lo esperaba el día que salió de la cárcel. La imagen: una representación del ojo de su bebé.

Pho ahora vuela a Orange cada cierto tiempo desde su casa en Hawái. En un viaje reciente, pasó una tarde tatuando a Brooklyn Martell, quien manejó 300 millas desde Las Vegas. La dueña de una tienda de plantas había estado al acecho por medio de la cuenta de Instagram del tatuador, donde uno se puede encontrar con una fiesta de realismo suave en negro y gris, durante casi un año antes de contratarlo.

“Estaba obsesionada, viendo sus videos constantemente”, explica sobre el canal de YouTube del tatuador, Marked Pho Life. “Tenía unos ahorros. No sabía para qué usarlos. Y luego los utilicé”.

Martell, de 29 años, dice que la amistad de Pho se ha vuelto tan querida para ella como los dioses griegos que él ha tatuado en su pierna. “La obra de arte es una locura, pero me encanta su presencia”, confiesa. “Tiene la cualidad especial de hacer que la gente se sienta escuchada”.

Al igual que Pho, el padre de Martell fue miembro de una pandilla, por lo que entraba y salía constantemente de las cárceles de California.

“Robert vivió de esa manera y lo cambió, ahora es un hombre de familia”, comentó. “Es realmente especial cuando conoces a alguien que ha superado esa situación”.

Pho admite que a veces se siente como un terapeuta.

Los clientes vuelan desde todo el mundo a su estudio de Honolulu, su base de operaciones. Pasa uno o dos días con ellos, o dos años y medio, en el caso de Monte McMann, el magnate de los negocios con sede en Las Vegas que gastó 300.000 dólares en un traje completo de tatuajes. Pho trabajaba con él en sesiones de ocho horas una vez a la semana en su estudio de Las Vegas.

“La mayoría de la gente tiene una historia”, dijo Pho, cuyos tatuajes comienzan en 4.000 dólares. “Y cuando escuchan la mía, quieren conectarse”.

Algunos lloran en su mesa, comentó. “Tienen un pasado triste. Quizá no puedan superarlo. Hablamos de nuestras luchas, nuestras relaciones. Siento que el universo nos unió”.

A principios de este año, el campeón de boxeo de peso ligero del CMB Lord Devin “The Dream” Haney se puso en contacto con Pho y le pidió que volara a Las Vegas y le hiciera su primer tatuaje: un retrato en su pierna de su primer nocaut. “¡Gracias Robert Pho por volverme loco con mi primer tatuaje!”, escribió el boxeador en una foto que compartió con su casi 1 millón de seguidores en Instagram.

Además de hacerse amigo de los clientes, Pho tiene la reputación de cuidar a los artistas del tatuaje que pasan por sus estudios, ayudándolos a arreglar su crédito, abrir cuentas bancarias, sacar préstamos y comenzar su propio negocio cuando están listos para hacerlo por su cuenta.

“Me preocupo por ellos”, comentó. “Conmigo, pasan de tatuador a empresario”.

Como lo hizo él. Pho, el inmigrante que terminó en una pandilla y luego en la cárcel, ahora vive en el próspero vecindario Hawái Kai en la costa sur de Oahu con su esposa y tres hijas, y pronto un equipo de camarógrafos.

Tattoo artist Robert Pho.
El tatuador Robert Pho en Skin Design Tattoo en Stanton.
(Mariah Tauger / Los Angeles Times)

Un documental y un reality show posiblemente estén en su futuro, aunque firmó un acuerdo de no divulgación, por lo que los únicos detalles que compartiría son: “Va a ser una locura”.

Especialmente porque también está programado para abrir cuatro estudios adicionales de Skin Design para fines de 2021: en las tiendas Forum en el Caesars Palace en Las Vegas (que abrirá a finales de este mes), Nashville, Miami y Whittier.

Cristina, de 48 años, dijo que está lista para lo que sea.

“Es locamente entretenido”, comentó sobre la vida con su marido. “Todo es espontáneo. Todavía estoy tratando de acostumbrarme”.

Ella dice que a veces se sientan junto a la piscina y se maravillan de lo lejos que han llegado. “Estoy muy orgullosa de él”, subrayó. “Ha trabajado muy duro. Me estoy poniendo emocional ahora. Pero es tan agradable verlo brillar así”.

Sobre todo, porque ha cargado con tantos otros para este viaje. “De verdad, ha ayudado a muchos”, dijo su esposa. “Él sabe lo que es luchar”.

Y aunque ya no tiene que preocuparse por el dinero o el reconocimiento, todavía hay luchas. Cristina dice que cuando su esposo está inquieto, sale al patio, se sienta en una manta frente a su estatua de Buda, enciende incienso y reza.

O va al estudio y se tatúa.

“Me pierdo en eso, y luego no tengo que preocuparme por nada más”, comentó Pho. “Tengo una gran pasión por esto, más que nunca. Es una locura. Lo amo demasiado. Tengo miedo de no tatuar”.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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